La asociación que hacemos entre la leche y el mal humor se relaciona con la creencia que había en la antigüedad de que el comportamiento y la personalidad de los niños podía estar influido por la personalidad de quien les daba de mamar.
Aristóteles, por ejemplo, estaba convencido de la existencia de cierta organización social por parte de las personas que habían mamado la misma leche dentro de la población en la que habitaban. Por su parte, San Agustín, recomendaba poner especial cuidado a la hora de escoger nodriza, y pedía que no se contratara para amamantar a los bebés cristianos a aquellas que fueran paganas.
No es de extrañar, por tanto, que se pusiera especial cuidado cuando se contrataba a una nodriza. Se realizaba un riguroso proceso de selección en el que se indagaba tanto los orígenes de la aspirante como sus antecedentes penales y sobre todo cualquier precedente que pudiese indicar un problema psíquico o emocional.
Sin embargo, no siempre se contrataba a la persona más indicada y si el niño presentaba cualquier problema de comportamiento o de salud, estos necesariamente habrían sido adquiridos a través de la mala leche que el bebé había mamado.
Al igual que con otras muchas expresiones idiomáticas que tenemos con la palabra leche (a toda leche, ser la leche, darle una leche a alguien, ir a toda leche, etc.), a veces utilizamos el disfemismo hostia.
En ocasiones también escucharemos Estar de mal café que no deja de ser un simple paralelismo humorístico.
En algunos países, la expresión “tener mala leche” también se usa como sinónimo de tener mala suerte. Esta acepción se usó inicialmente cuando se producía un embarazo no deseado y después se generalizó para cualquier situación desafortunada.
Esperamos que el confinamiento no os tenga de mala leche y que hayáis disfrutado de esta entrada y recordad que durante la semana disponéis de nuevos contenidos en nuestra página de Facebook y en Instagram.